Viajar con perro guía es maravilloso. Whost me da una independencia y una seguridad que el bastón, pese a que es una herramienta estupenda, nunca me proporcionará. Sin embargo, aún queda mucho por recorrer en materia de concienciación y de adaptación de normativas, pues viajar con nuestros compañeros de cuatro patas en ocasiones puede convertirse en toda una odisea.
Hace un par de meses viajé a EEUU con Whost, mi perro guía. Era un viaje bastante corto, de domingo a viernes, así que ya iba concienciado de que sería un palizón… Pero no tanto como lo que finalmente fue.
Para que veáis el baile de vuelos:
- Primer intento: Volando con KLM. Resultado: La agencia de viaje nos comenta que KLM no nos permite volar, porque dicen que no aceptan perros guía en vuelos tan largos. En su web, tienen un formulario de solicitud ((formulario para solicitar la inclusión de un perro guía en un vuelo de KLM), pero no explican qué protocolo aplican, ni en qué casos aceptarán o denegarán la solicitud. He llamado a atención al cliente de KLM y su contestación ha sido que no tienen más información al respecto, que es otro equipo y que no pueden darme más datos. Su recomendación: reservar con más de 48 horas de antelación, y si no me aceptan el perro, se cancela la reserva sin coste. Volar con menos tiempo de antelación, imposible.
- Segundo intento: Volando con Delta Airlines. Resultado: más de lo mismo. La agencia de viaje nos comenta que Delta no nos permite volar, porque dicen que no aceptan perros guía en trayectos tan largos, pese a que tienen un maravilloso apartado en la web de Delta donde explican que los animales de asistencia pueden viajar en cabina sin problema. Tras llamar a la compañía, me confirman que no se permite viajar con perros de asistencia en vuelos de más de ocho horas, lo cuál acabo de verificar en un artículo de la página de noticias de Deltasobre la actualización de sus políticas sobre animales de asistencia, aunque dicha actualización parece no verse reflejada en el primer enlace. Aquí no es concienciación, sino una regresión en nuestros derechos a viajar con nuestros perros.
- Tercer intento: Volando con American Airlines. Resultado: ¡aquí sí! Billetes confirmados, y volando desde Barcelona a Nueva York, Nueva York Seattle, ida y vuelta. ¡Por fin!
Así que… pese a todo este baile de vuelos que afortunadamente gestionó Pasiona, la empresa en la que trabajo, finalmente tenía ya mis billetes confirmados y un plan de viaje.
Pero como esa semana el horóscopo me vaticinaba desastres inenarrables y grandes penurias, American Airlines canceló su ruta Barcelona Nueva York ((imagino que por la inmovilización de los Boeing 737 MAX de la compañía), así que me cambiaron el vuelo por otros dos un poquito más largos y con escalas más largas también: Barcelona Miami, Miami Seattle. En total, incluyendo retrasos, más de veintitrés horas de tránsito… ¡Pero llegamos!
En este vuelo, afortunadamente había algunas plazas libres, y me dejaron el asiento contiguo vacío, de modo que Whost pudo tener espacio para descansar y yo para estirar las piernas.
Al llegar a Miami, me recibió una chica de la asistencia del aeropuerto con una indicación que ya estoy acostumbrado a escuchar en EEUU: Sir, Here is your weel chair.
– ¡Genial! ¿Podremos echar una carrera, usted en un cochecito de golf y yo con Whost empujando la silla?
– Jajaja, no, señor, creo que no nos dejarían hacer eso -me dijo en un perfecto español.
– ¡Coño, que estamos en Miami -me maldije.
Es curioso este protocolo que tienen allí. A cualquier asistencia, independientemente del tipo de discapacidad, le ponen una silla de ruedas. Imagino que para ellos será más cómodo empujar la silla que tener que estar guiando a un ciego que es susceptible de chocar con otros pasajeros, bancos, papeleras y columnas, no sé. La cosa es que en todos los trayectos que hice con Whost me ocurrió lo mismo y en todos tuve que rechazar amablemente la silla.
Mi nueva amiga cubana resultó ser majísima. Mi escala en Miami iba a durar más de cinco horas, así que le pedí si podíamos sacar a Whost a hacer sus cosas, y allá que nos fuimos. Me ayudó a resolver los trámites de aduana que tardaron lo suyo (hasta le echó la bronca a uno de los que estaban allí gestionando los pasaportes, porque “the dog needs to pee, fucking protocols, es que no ves que tenemos prisa?” que yo es que me descojonaba), y a salir del aeropuerto, y me llevó a un parquecillo donde pusimos a Whost a que hiciera sus cosas, que el pobre ya lo necesitaba.
Lo que mejor recuerdo de Miami al salir fue el calor, un calor húmedo y bochornoso que me recordó que pese a estar en EEUU es más “El Caribe” que otra cosa. Pero en fin, que me voy por las ramas. Whost pudo aliviar su vejiga (y otras cosas), así que volvimos al aeropuerto, y a pasar por los controles de seguridad que me permitirían viajar en mi segundo vuelo, esta vez a Seattle.
El paso del control fue accidentado, por decir algo. Como iba con Whost, al pasar por el arco pitamos (arnés, correa…), así que un señor me hizo un cacheo por si llevaba algo. Hasta me metió la mano por la cinturilla de los calzoncillos, aunque afortunadamente la mano no bajó demasiado 😉
El problema fue cuando me hicieron la prueba de trazas, y detectaron que en mis manos había trazas de sustancias prohibidas, imagino que explosivos o algo así. Luego, pensando, imaginé que podría tener algo que ver con la pipeta antiparasitaria de Whost, que le puse antes de viajar a Seattle… o yo qé sé, a lo mejor no. La cosa es que ahí ya empezaron a ponerse un poco nerviosos, y me metieron en un cuartito a hacerme un segundo cacheo. Os juro que ahí ya me empecé a asustar. Yo ya me estaba montando en la cabeza una película en 4K en la que salían guantes de látex y orificios corporales… Pero la peli duró poco, porque se limitaron a hacerme un segundo cacheo (igual que el primero), y una segunda prueba de traza en las manos. Os prometo que aguanté la respiración mientras pasaba el dichoso algodoncillo por la máquina. Si llega a volver a dar positivo no sé cuál hubiera sido el protocolo, pero preferí no darle demasiadas vueltas. Pero la segunda prueba dio negativa, así que solo tuve que esperar un rato más a que otra persona viniera a hacerme una entrevista personal (así lo llamaron).
– ¿A qué viene a EEUU?
– A una convención de terroristas.
– Ajam. ¿Y dónde es?
– En Seattle, cerca de la sede de Microsoft.
– ¿Y cuáles son sus intenciones?
– Aprender a fabricar explosivos con pipetas antiparasitarias y collares antipulgas.
– ¡Uhm, interesante, ¡hemos terminado!
Así que para dentro que me fui, acompañado de mi nueva y resolutiva guía aeroportuaria.
No me voy a extender más en este trayecto, pues no hubo incidencias reseñables, más allá de que el vuelo de Miami a Seattle se retrasó y acabé llegando a la una de la madrugada del lunes, las nueve en Barcelona. Casi veinticuatro horas de tránsito, que gracias a la chica de la asistencia de Miami Whost aguantó como un campeón.
No voy a entrar en detalles de la estancia en sí, que estuvo llena de conferencias de tecnologías Microsoft, y de las que pude aprender mucho y conocer a mucha gente la mar de interesante. Solo decir que el hotel donde me alojé, el Hyatt Regency Bellevue, tenía habitaciones adaptadas para sillas de ruedas, y todas tenían los números en braille. Eso sí, el champú y el gel, como suele ser habitual, eran iguales y sin indicaciones, así que menos mal que mi compañero de habitación calló en la cuenta y me los dejó ordenados… ¡Gracias, Rubén!
El viaje ya había empezado regular y la cosa no podía ir a mejor. Así que el martes por la mañana, recibí un correo de mi empresa, indicándome que la agencia de viajes les había dicho que American Airlines había cancelado la ruta de vuelta, Seattle Nueva York Nueva York Barcelona, imagino que por la misma razón que la cancelación de los vuelos de ida… Así que me habían asignado otro vuelo pasando por Miami, en el que tenía que hacer más de doce horas de escala hasta coger el vuelo a Barcelona. Mi vuelo de vuelta salía el jueves al medio día (quería que me diera tiempo a presentar a unos premios un paquete de software que había programado hacía unos meses, pero el nuevo vuelo salía el miércoles por la noche (perdiéndome la cena de clausura de las jornadas de MVP), y perdiendo, de paso, la posibilidad de presentarme a los premios. Simplemente maravilloso. Virgo, esa semana mejor haberte quedado en tu casa.
Como estaba más cabreado que una mona, me dediqué a molestar a mis colegas con mis penurias (lo siento, chicos), y en un modo algo más productivo, también me dediqué a llamar a American Airlines, consiguiendo que me reubicaran en un vuelo de British Airways, que salía de Seattle un poco antes pero iba directo a Londres, y dos horas después, a Barcelona. ¡Salía un día antes pero el trayecto era infinitamente más corto y podía estar en casa el jueves por la tarde. ¡Podría darle una sorpresa al pequeño vikingo! pensé. No hay mal que por bien no venga.
Así que el miércoles, después de comer, cogí un Uber y me fui directo al aeropuerto…
Y aquí empieza la última y estupenda etapa de este viaje. Al llegar al mostrador de British Airways, la chica del mostrador me preguntó:
– Do you travel with your guide dog?
– No, él se queda en una consigna, el año que viene, si es que vuelvo, lo recogeré.
– Do you have the dog’s papers?
– Yes, sure…
Y allí empecé a sacar pasaporte con vacunas, certificado de perro guía, carnets de todo tipo… Documentación que la chica cogió y estuvo unos cuantos minutos observando.
– Verá -me dijo. -No tenemos constancia de que usted viajaba con perro guía.
– ¿Perdón? American Airlines lo sabía de sobras, llamé desde España antes de salir y estaba todo en regla.
– Pues parece que American no nos lo ha notificado. Necesitamos la documentación del perro como mínimo veinticuatro horas antes del viaje. Si quiere, puedo reubicarle en un vuelo que sale el viernes por la mañana a Londres, siempre y cuando desde Londres me acepten la documentación de su perro y le permitan viajar. ¿Tiene usted con quién quedarse hasta entonces?
Aquí ya perdí los papeles (los míos, no los del perro). Creo que le levanté la voz a la pobre mujer, hablando en un inglés atropellado que yo creo que nadie entendía, diciéndole que aquello era increíble, que yo había cancelado la última noche de hotel en Seattle porque me habían cambiado el vuelo, y que ahora me decían que me tenía que quedar hasta el Viernes. Que no tenía con quién quedarme y que me buscaran una solución. Yo ya me veía como Tom Hanks en aquella peli de La terminal, aquella peli malísima en la que un pavo se queda varado en un aeropuerto porque su país había dejado de ser reconocido por EEUU por un golpe de estado… Ya veis que soy mucho de montarme pelis 😉
En fin, que al final la única solución que me encuentran es pasarles la patata caliente de vuelta a American Airlines, a ver si me podían reubicar en el trayecto original.
Aquí el guionista de la serie se dio cuenta de que me iba a dar un chungo si seguía tocándome la moral, así que decidió concederme la última plaza libre en el trayecto Seattle – Miami, Miami Barcelona, el de las doce horas de escala, ¿recordáis?
El vuelo bien, mis piernas, no tanto. Encogidas las más de seis horas de duración, ya que Whost estaba durmiendo plácidamente enfrente de mi asiento.
Al llegar a Miami, me dieron habitación en un hotel del aeropuerto para que pudiera descansar allí hasta la salida del siguiente vuelo, lo cuál fue de agradecer, la verdad. Pero mi idea no era quedarme durmiendo en el hotel, aunque estaba realmente hecho polvo. La casualidad quiso que las cancelaciones me llevaran a la ciudad en la que vivían dos amigos que además, hacía un montón que no veía, y que estuvieron encantados de hacer de anfitriones ese día. Descansé unas horas en el hotel, y tirando de preguntas y de la ayuda de mi inseparable compañero de andanzas, Whost, salí del aeropuerto y Uber mediante, me fui a un centro comercial de por allí, donde había una Apple Store en la que compré un regalo manzanil para mi mujer.. Después, otro Uber mediante (allí llegan rapidísimo, no os lo imagináis), me reuní con mis amigos, y disfrutamos de una maravillosa comida y sobremesa en uno de los mejores restaurantes españoles de Miami, según sus propias palabras. ¡Estuvimos comiendo croquetas, olivas, patatas bravas, chorizo, queso y más “spanish food” a más de siete mil kilómetros de distancia de España. ¡Gracias, chicos, por ese rato tan agradable y que hizo que esa última parte del viaje mereciera la pena!
Y después de comer, tercer Uber, y directos al aeropuerto. He de decir que con los Ubers no tuve ni medio problema con Whost, la verdad.
Al llegar al aeropuerto, para continuar con la buena racha, me pasó algo curioso. Iba con la asistencia hacia el control de seguridad, cuando se ponen a decir por la megafonía que por favor, saliéramos todos del aeropuerto, que había que evacuarlo. ¡Esto no es un simulacro! Y para afuera todo el mundo. Yo flipando. Otra vez me imaginaba, esta vez sin referencias a películas conocidas, cómo unos terroristas, árabes, por supuesto, de algún grupo islámico radical súper chungo, por supuesto, la habían liado gorda y todos los vuelos se iban a cancelar. Ya me imaginaba unos cuantos días en Miami, sin poder volver a casa, gorroneándoles piso a mis dos amigos… Pero la película duró cinco minutos, los que tardaron en decir por la megafonía que podíamos volver al aeropuerto y que no había pasado nada. Aún, a día de hoy, sigo sin saber qué es lo que pasó realmente.
Finalmente, y sin mayores contratiempos, embarqué hacia Barcelona en el último vuelo de mi viaje, de más de ocho horas de duración, también con las piernas encogidas porque, como no podía ser de otro modo, el avión iba completo.
Y por fin, el viernes por la mañana, después de más de cincuenta horas de tránsito, volvía a estar en casa.
Conclusiones
Es el viaje en el que más problemas me he encontrado con Whost, tanto durante el mismo como a la hora de sacar los billetes. Es sorprendente que KLM y Delta Airlines no me aceptaran la reserva, y que British Airways me denegara el embarque porque necesitaban la documentación con más de 24 horas de antelación, aunque en este último caso, entiendo que fue un problema de American Airlines, que no les transfirió la documentación necesaria cuando me reubicaron. De todos modos, echo de menos una regulación más homogénea y sin tantas restricciones, porque no es de recibo que por viajar con un perro de asistencia tengamos que encontrarnos con tantos problemas. Eso sí, he de reconocer que American Airlines no me puso ni media pega y se portó super bien, dejándome un asiento libre al lado cuando fue posible, y hasta ofreciéndome agua para Whost durante el vuelo.
Como consejo, si viajas con tu perro de asistencia a Estados Unidos, al menos desde España, no vueles ni con KLM ni con Delta Airlines. Con KLM puede ser que te cancelen la reserva como me ocurrió a mí, y con Delta, directamente, no te dejarán viajar a causa de la duración del vuelo. Reserva con tiempo (viajar de un día para otro puede resultarte bastante complicado), asegúrate de que entienden que vas con perro de asistencia, que toda la documentación necesaria está en regla, que cumples con todos los requisitos absurdos que pueda tener la compañía… Y por último, cruza los dedos antes de volar. A mí no me sirvió, pero… ¡quién sabe!
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Madre mía!!! Qué odisea. Yo soy tu y saldría corriendo en dirección contraria al ver un billete de avión o al tener que coger uno. Pero bueno, hay que quedarse con las cosas excepcionales que te pasó. Es decir, te acompañó una chica cubana encantadora que te ayudó en lo que pudo. El hotel tenía un chico que pensó en todo. Pudiste estar con unos amigos. Y llegasteis los dos bien a Barcelona.
A ver si algún día se os escucha alto y fuerte para que podáis tener las mismas oportunidades que el resto de nosotros.
El problema de vuelo también lo tenemos los que tenemos perros y queremos llevárnoslo lejos. Porque en la bodega son tratados como si fueran maletas y algunos han tenido la horrible desgracia hasta de fallecer.
No se que haría si tuviera que mudarme con mi perro. O me voy en coche, o en barca y remo!!! Pero a mi gordo no lo dejo en la bodega a no ser que pueda yo meterme con él en el trasportin
Besotes a la familia.